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OPINIÓN: Tiros y opio

En esta foto de archivo del 6 de agosto de 2019, Antonio Basco llora junto
En esta foto de archivo del 6 de agosto de 2019, Antonio Basco llora junto a una cruz en un memorial improvisado cerca de la escena de un tiroteo masivo en un complejo comercial, en El Paso, Texas.
(John Locher/AP)

Ensayando están “Amazing Grace”, el himno más socorrido. Los muertos y heridos en Orange y Los Ángeles no alcanzaron el lente televisivo nacional, tampoco los de North Carolina, Chicago, Philadelphia, Memphis y Arizona.

A groso modo se calcula que durante el último mes 81 americanos perdieron sus vidas en incidentes de asesinatos múltiples, sin contar los heridos. La rutina está establecida, los medios de comunicación entrevistan a los testigos y heridos, logran detalles morbosos requisitos para mayor puntaje. Consiguen el perfil de los agresores. Sus problemas psicológicos logran el interés de una teleaudiencia hambrienta de trastornos.

Con la matanza “en caliente”, los familiares de las víctimas y las comunidades afectadas organizan manifestaciones que reclaman control de armas de fuego. Estados Unidos no se suscribe a tal política por más que cualquier ciudadano con un arsenal casero pueda comenzar un conflicto bélico internacional.

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Los políticos, voz tremulosa, pronuncian la gastada frase “en mis pensamientos y oraciones”. Del pésame no pasan a la acción, hay dinero en peligro y Republicanos fieles a la Asociación Nacional de Rifles (NRA por su sigla en inglés). La procuradora general de Nueva York presentó una acción legal contra la Asociación y Wayne LaPierre, director ejecutivo, acusándolos de tratos ilegales y corrupción. “La NRA está plagada de fraude y abuso, por eso, hoy, buscamos disolver la NRA, porque ninguna organización está por encima de la ley”, dijo Letitia James, procuradora.

En 1976 el director Martin Scorse hizo un retrato profético del homicida americano. En su galardonado filme Taxi Driver llegamos a conocer al solitario alienado, deprimido y apabullado por las circunstancias de la contemporaneidad urbana.

Atisbamos el entorno de ésos que echan mano a las armas en arrebato aniquilador. Según los datos del Gun Violence Archive , Mother Jones y Newsweek, los asesinos son hombres blancos, no-hispanos, influidos por los medios de comunicación y una notable presencia en las redes sociales. Por lo que se lee en sus muros, muchos son víctimas de propaganda fundamentalista, neonazis, musulmanes o viven atormentados por las injusticias y los privilegios que gozan algunos en la sociedad.

Vivimos con sobrecarga sensorial. Las películas taquilleras como Furious 7, James Bond 007, El hombre araña, Mr. and Mrs. Smith y aquellas de Quentin Tarantino que hacen un despliegue de armas y barbarie proyectadas en pantallas gigantes con sonido ensordecedor en alta definición. Las víctimas de estos espectáculos salen a ciudades ruidosas, congestionadas de tráfico donde deambulan por laberínticos centros comerciales iluminados con luces de neón, vigilados por cámaras que reconocen sus rostros y patrones de compras.

Llegan a sus casas a embelesarse con juegos como Mortal Kombat, Mad World y Bulletstorm. Provistos de efectos especiales que crean adicción, estos pasatiempos dan inmediatez a la agresión, tiros, sangre, cadáveres y cuerpos desmembrados.

Las tradicionales reuniones familiares, tertulias con amistades o colegas, las conversaciones en comunidad se ven reemplazadas por el teclado y las pantallas de móviles o portátiles. El aislamiento del individuo va en aumento. Caminan los americanos por los “malls” (centros comerciales) consumiendo baratijas desechables o engullendo comida rápida chatarra.

Algunos pasan horas en los gimnasios. Parte de la competencia para los profesionales es combatir la obesidad imperante y llegar a los cuerpos esculpidos “tipo modelo”. La persona gruesa pasa inmediatamente a la categoría del marginado, del “perdedor”, objeto de burla. La alimentación saludable es para muchos incosteable.

El capitalismo americano es una fuerza trituradora. Con impunidad las empresas destruyen el medio ambiente trayendo consecuencias nefastas para la salud de los empleados y las comunidades circundantes. El sistema desplaza a las familias sin el menor reparo. Hace ausentar a los trabajadores del hogar sin contemplar los efectos psicológicos. Cada vez se recurre más al trabajo a destajo y al “freelancing” que trae consigo una ambigüedad y ansiedad sobre el status laboral.

El subempleo es otra consecuencia de trabajar remotamente sin estar en nómina fija. Esta tendencia ha aumentado durante la pandemia. El obrero es un factor de producción cuya eficiencia se maximiza para luego desecharse sin consideración, como a un ordenador obsoleto.

El capitalismo americano tritura recursos naturales, la historia de las ciudades, el medio ambiente, en fin, las vidas humanas. Vemos aquí la frustración que puede explotar en un volcán de balas. James Knoll, experto psiquiatra señala: “la mayoría de los perpetradores son coleccionistas de injusticias que pasan mucho tiempo sintiéndose resentidos”.

¿Cómo sobrevivir tal ambiente hostil antes de recurrir a la violencia? Aún superando prejuicios existentes, los honorarios por hora de psicoterapia oscilan entre los $70 a los $200, gasto que para muchos es prohibitivo. Los seguros médicos no cubren o pagan un margen mínimo del tratamiento y los medicamentos genéricos más baratos. Los centros de trabajo no permiten tiempo libre para este género de consulta médica. Sería, es más, contraproducente para la trayectoria profesional de un empleado dejar saber a la gerencia este tipo de “dolencia” impensable dentro de la competencia feroz.

Antes de la pandemia, la sobredosis de analgésicos opiáceos ocasionaba la muerte a más de 70.000 americanos anualmente y llevaba al hospital a alrededor de 2.500 jóvenes. Los centros de rehabilitación son lujo de ricos. El opio alivia el dolor, la enajenación, el dolor, la soledad. Vemos aquí el resultado de lo que Durkheim, autor de Suicidio, llamó anomie (anomia). La soledad y desolación urbanas, la ruptura de las normas que no se aplican a los políticos, poderosos y privilegiados, la demostración explícita del pillaje, la desigualdad y explotación conducen a la anestesia -los analgésicos- o al deseo nihilista de la destrucción y homicidio. El perfil que hacen los psiquiatras muestra al hombre adicto a las armas de fuego alimentando un deseo de venganza por la injusticia y para salir de la impotencia y el anonimato.

En una sociedad trituradora donde las reglas no se aplican a todos por igual, donde la competencia desecha y menosprecia a los débiles, donde la alteridad es peligrosa y donde se bombardea al ciudadano con violencia, pocos tienen la posibilidad de ritualizar, sublimar o comunicar terapéuticamente las heridas que causa el sistema. Muchos pueden competir, otros pagan las consecuencias de la rebelión y subversión, la minoría privilegiada sale ilesa poniendo distancia del bullicio, para muchos, víctimas, las posibilidades son la anestesia o el nihilismo armado. Y al final todos ganan en la rueda capitalista: los que fabrican y venden armas, las farmacéuticas que manufacturan y las distribuidoras de oxicontina y los medios que televisivos que reportan los crímenes. Los otros son noticia. Se les entierra cantando “Amazing Grace”.

*Justo Sánchez, periodista de bellas artes en Nueva York y Florida, es analista cultural, profesor de historia del arte en Italia y universidades norteamericanas. Sánchez realizó sus estudios en la Universidad de Harvard.

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